lunes, 28 de junio de 2010

Sin salida.

No conseguía encontrar la salida. Ni siquiera sabía cómo había aparecido en ese lugar. Agitada y nerviosa, daba vueltas por la estancia buscando una vía de escape. El agobio y la fatiga le impedían respirar con facilidad. Se le cerraban los ojos, y, aturdida, se golpeaba contra los muebles y las paredes que llenaban aquella opresiva habitación sin salida.

Cuando ya prácticamente había perdido la conocimiento, sintió cómo un golpe seco, rápido y enérgico terminaba con la poca consciencia que le quedaba. Tumbada boca arriba sobre el suelo, agotada y rendida, vio como se apagaba la luz.

-Maldita mosca.

Lo.

miércoles, 23 de junio de 2010

Insolación.

Necesitaba que el calor, la brisa, la paz, y la absoluta soledad la ayudaran a vaciar su mente.
Tendida sobre la arena templada, con su piel pálida como única vestimenta, respiraba despacio y profundamente. Sentía cómo, con cada expiración, las preocupaciones y los desasosiegos pasados iban desapareciendo, dejando paso únicamente a la distracción, a la abstracción.

No era consciente del paso del tiempo. A lo mejor, éste había dejado de existir cuando sus dedos se hundieron por primera vez en la arena fina buscando un rastro de humedad. A lo mejor, el tiempo aún estaba con ella pero ahora había enmudecido. A lo mejor los relojes del mundo seguían indicando su hora (o a lo mejor no).

Con las extremidades cada vez más enterradas, entreabrió los ojos para que los rayos del Sol la cegaran por un momento y vio cómo éste se hacía cada vez más pequeño. Parecía mirarla desde lejos; mientras ella, dulce y pacientemente, iba siendo absorbida, engullida, por la arena.
Cuando sólo quedaba la punta de su nariz en el exterior, tomó aire y asimiló, con total serenidad, que ya nadie podría verla, que ya nadie podría oírla, que ya nadie podría...

Lo.

Deseo (cobarde).

Acelérate. Acelérate conmigo.
Revoluciónate. Revoluciona mis sábanas.
Envuélvete. Envuélveme con tu piel.
Participa. Lucha. Bebe. Muerde. Actúa. Suspira.
Evítame. Atráeme. (Que me atraigas).
Revuélvete. Revuélveme. Engánchate y desengánchate después.
Laméntate. Espíame. Suéltame.
Contágiate. Contágiame.
Ahora toma aire. Respírame...


Terminó su monólogo -pausado al principio y acelerado, casi atropellado al final- y apartó los ojos del espejo. Posando la mirada sobre sus manos agarrotadas y temblorosas, ahogó un sollozo casi inaudible.

Entonces supo que nunca (nunca jamás) se lo diría.

Lo.

lunes, 21 de junio de 2010

Grietas y relojes.

Las manecillas del reloj del salón hacían tic tac.
El tic tac de las manecillas del reloj del salón no coincidía con el tic tac de su reloj de muñeca.
No había coherencia, no había equilibrio, no había paz.

Tic, tac, tic, tic, tac, tac, tic, tac, tac, tac.

Ella, tumbada en el suelo frío, miraba fijamente el techo blanco. Una grieta lo cruzaba. Era una grieta torcida, angulosa, fea, aterradora; que parecía aumentar cada vez que los tics y los tacs descompasados se enfadaban y se superponían.

Cerraba los ojos porque no podía cerrar los oídos, deseando que eso que tenía dentro, esa sensación tan desconocida como angustiosa, no creciera al mismo ritmo que la fisura de su techo.

Tic, tac, tac.

Lo.

viernes, 18 de junio de 2010

Shhh...

Sabía perfectamente que su silencio le incomodaba. También sabía que su mirada fija en las pupilas nerviosas que esquivaban el contacto directo, no ayudaba en absoluto a aliviar la tensión. Si él hablaba precipitadamente, mezclando historias, anécdotas, chistes y ocurrencias, era por llenar el vacío que dejaban los labios cerrados de su acompañante.

Pero ella era así. Administraba, economizaba las palabras. No se permitía derrochar comentarios y los que consideraba innecesarios, se los ahorraba.

Irónicamente, recurría al silencio por temor a la idea de quedarse sin palabr...
Lo.

miércoles, 16 de junio de 2010

Porque sí.


A veces actúa por impulsos.

El lunes pasado se levantó la falda en el parque y sentó su desnudez sobre la hierba mojada.
El miércoles, sin ningún motivo, abandonó su colchón y durmió hasta las seis de la madrugada sobre la mesa del comedor.
Hace sólo unas horas, hundió la cara en una tarta de merengue porque, repentinamente, le apeteció sentir el dulce empalagoso dentro de su nariz.

Y, aunque ella no lo sabe aún, en cualquier momento, un arrebato le hará descolgar el auricular, marcar un número aleatorio y decir palabras bonitas a la persona anónima que escuche extrañada al otro lado del teléfono.
Lo.

martes, 15 de junio de 2010

Autopsia.

Estaba sufriendo una autopsia en vida. Las preguntas eran bisturíes que rasgaban con firmeza su piel dejando escapar gotas de sangre granate, gotas de recuerdos escondidos. Ella cerraba los ojos y, apretando los puños, intentaba contener lágrimas y secretos.

Piernas, baúles, cartas, cremalleras, puertas, sesiones, desfiles, tijeras, comillas, mentes, cerraduras, cabezas, libros, camas, palacios, túneles, cajones, grifos, ventanas, tierras, ojos, heridas, flores...

Todo podía abrirse, incluso ella.

Lo.

Llueve.


Llovía tras la ventana. Desde hacía cuatro días, las gotas de agua repiqueteaban contra el cristal creando un monótono murmullo de fondo.
Esta melodía incesante sólo se veía alterada por los truenos que constituían el clímax sonoro, las notas doradas del pentagrama.

Ella caminaba descalza de un lado a otro sin nada que hacer. Estaba cómoda, recluida entre las cuatro paredes que recogían 32 metros cuadrados de libertad contenida. Se sentía protegida por su caja de cartón, sabiendo que afuera, el cielo rugía como reclamando su regreso a la realidad.
Cuando se cansaba de deambular por salón, cocina, baño y dormitorio, se sentaba en la butaca frente al balcón y desde ahí observaba a los pocos valientes que esquivaban charcos y que agarraban sus paraguas intentando evitar que el viento se los llevara de un soplido.

Ellos, los que correteaban escondidos en capuchas, nunca serían felices encerrados en la seguridad de su hermetismo. Ellos, los que se atrevían a respirar aire mojado, nunca apreciarían el placer de pasear descalzos por encima de su propia soledad.

Lo.

lunes, 14 de junio de 2010

Tres de la tarde.

Se despertó desnuda entre sábanas revueltas. El rimel corrido y reseco pegado a sus pestañas hacía que le escocieran los ojos enrojecidos; y la luz en la habitación no era más que un pitido chirriante.

Se incorporó sujetando con una mano su propia cabeza como si ésta, en algún momento, fuese a desprenderse de su cuerpo y a rodar por el parqué entre montones de ropa desperdigada. Pisó, al levantarse, una cajetilla de tabaco arrugada de la que sacó un cigarro aplastado que en seguida se llevó a los labios. Lo encendió junto a la ventana. La abrió para dejar ir el olor a alcohol, a sexo, a desilusión, a venganza, a furia y a insatisfacción. El humo azul se escapaba al mismo ritmo que sus sentimientos y, sólo cuando apagó la colilla en el alfeizar, regresó a la cama para averiguar a quién pertenecía la espalda arañada que dormía en su colchón.

Lo.


viernes, 11 de junio de 2010

Todos a sus puestos.


Su orquesta silenciosa respondía únicamente a los movimientos de su batuta.

Estaba acostumbrada a mantener un orden estricto en todo aquello que era de su incumbencia. No pertenecía a ese tipo de personas atraídas por el
factor sorpresa o el elemento intrigante. Para ella, la pérdida de equilibrio suponía el caos y el desconcierto, y por ello no contemplaba la posibilidad de que sucediera cualquier cosa.

Era capaz de mantener su estructura inamovible plenamente controlada hasta que apagaba la luz de la mesita de noche. Con la oscuridad llegaba el sueño; con él, la pérdida de conciencia; y consecuentemente, la plena libertad.

Los instrumentos obedientes de la orquesta muda dirigida por su férrea autoridad, se rebelaban por las noches para crear sus propias melodías. Los ritmos coherentes se transformaban en estridencia, en electricidad, en aceleraciones frenéticas y estimulantes. Y, sólo por las noches, en la profundidad de su letargo, esa danza inconexa e irritante conseguía seducirla y hacerla estremecer...

Lo.

martes, 8 de junio de 2010

Credo.

¿No era mucho más sencillo no creer en nada? Para ella un "no" siempre resultaba más fácil, más rotundo. Necesitaba un "no" que no diera lugar a dudas ni a imprecisiones.
"No, no creo."

-No creo en el destino, no creo en las verdades universales, no creo en el futuro, no creo en el drama, no creo en la felicidad, no creo en el adiós, no creo en el amor. No creo.

Por romper con la sencillez, se atrevió a mirar el "no" a través de un cristal menos ambicioso y, quizá, algo distorsionado. Con los ojos entrecerrados...
"Sí, sí creo."

-Creo en la casualidad, creo en las pequeñas certezas, creo en el mañana, creo en los problemas, creo en las sonrisas, creo en la distancia, creo en un beso dormido en la nuca antes del primer café. Creo.

Lo.

lunes, 7 de junio de 2010

Por la mañana.

Aquella mañana había preferido ir caminando. Era agradable pasear por las calles cuando las tiendas todavía estaban cerradas y el café, recién hecho.
Sonreía porque sí; porque a juzgar por lo que veía, la prisa iba unida a las caras largas y a las legañas; porque el mundo a esa hora parecía triste, deprimido y gris.

Pero a ella le apetecía que se le quedaran los dientes fríos.
Lo.

jueves, 3 de junio de 2010

Coño, qué frío.

-¿Te consideras una persona racional o emocional? - le habían preguntado en una ocasión.
-Emocional - contestó ella.

Un tiempo después, reflexionó sobre la breve conversación.
¿Emocional? ¿Qué define a una persona emocional? ¿Es emocinal quien siente MÁS? ¿Lo es quien exterioriza todos sus afectos?
Y, ¿es racional quien razona MÁS? ¿Es racional quien frena o limita la expresión de su interior?

Tomando la temperatura como unidad de medida, siendo la razón el frío y la emoción el calor, se propuso calcular su posición.
Nunca había alcanzado los 40 grados de la pasión y la irreflexión, pero hubo un tiempo en el que había rondado los 25, incluso los 30 en momentos puntuales. Sin embargo el verano se convirtió en otoño, se cayeron las hojas y llegó el invierno. El frío no era desagradable, parecía seguro si sabías protegerte de los rayos del Sol.

Se arrepintió entonces de su apresurada respuesta y cambió "emocional" por "racional".

Sí, sí, definitivamente ella estaba muy cerca de la base del termómetro.

...

...

...

Nada la obligaba ahora a cambiar la estación fría por temperaturas más cálidas, pero ¿ y si un día tiraba el abrigo? ¿y si, con él, tiraba también la razón?
Lo.