lunes, 11 de abril de 2011

UNO.

Sólo él era capaz de derrumbar catedrales. Si apartaba la mirada de los ojos marchitos de ella, se desplomaba el mundo, sujeto con alfileres por culpa o gracias a su roce, elegido y obligatorio. Por eso, la retirada era una opción absurda, disparatada. Si las yemas de sus dedos dejaban de escucharse -aunque fuera a un volumen tenue, azul oscuro- los días cuatro se borrarían del calendario. Así que soñaban con estaciones de tren y con hacer desaparecer la añoranza debajo de un edredón de rayas.

Lo.

jueves, 7 de abril de 2011

A solas.

En la incertidumbre inquieta de sábanas limpias de besos.
En el bochorno del olor a plancha caliente.
En la quietud del roce desnudo, intacto y en su música armoniosa.

Una sola carne intenta mecer a la noche.
Una sola piel implora al silencio y vagabundea.
Un solo tacto se busca en muerte agitada, vibrante.

Ella, trémula, impía, se pierde en la inmensidad de una galaxia minúscula. Explora caminos de plata radiante, tan viva como los gritos callados.
Ella, audaz, inexperta, desconocedora de su dueña, se mueve con la agilidad del que rasga costuras y pieles, hasta lograr enhebrar deleite y coma.

sisoetopa.

Lo.

martes, 5 de abril de 2011

Punto final.


Hoy, de camino a casa, crucé un puente. Por debajo de él, pasa una autopista. Pensé en saltar porque la simple facilidad lo hacía atractivo.

Ponerme de puntillas; impulsarme; pasar una pierna por encima de la barandilla; después, la otra; relajar las manos sudorosas que se afierran al metal; y, en milésimas de segundo, acabar espachurrada contra el asfalto. Qué simple.

Llegué a la conclusión de que, para saltar, de nada sirve meditar. Y estando parada, observando desde arriba los coches que pasaban por debajo de mis pies, me di cuenta de que llevaba un buen rato recapacitando sobre esa absurda tentación infundada. La consciencia de mi propia reflexión me despertó y seguí caminando como si nada.

Los puntos finales no se piensan, se ponen
.

Lo.