miércoles, 8 de diciembre de 2010

Horas.

Primero, las yemas de sus dedos recorrían la piel dormida, con la delicadeza del que tiene entre sus manos una pieza de porcelana. Avanzaban despacio sobre un contorno entumecido que respiraba cada vez más fuerte. Frente, oreja, cuello, hombro, brazo, cintura, cadera, rodilla, pie. Se deslizaban dejando tras de sí la melodía casi inaudible del roce, la música somnolienta de las caricias.

Después, cuando la cara se convertía en cruz, las manos temblorosas se inflamaban y cinco dedos encrespados se afanaban en apretar con fuerza toda la piel que eran capaces de abarcar. Y la figura vibraba intentando escabullirse y ser prisionera al mismo tiempo. Se despertaban quejas mentirosas y jadeos, que nacían a medida que el aire y los susurros se iban templando. Sólo se silenciaba la música cuando las notas rendidas se incendiaban.

Otra vez.

Lo.