Después, cuando la cara se convertía en cruz, las manos temblorosas se inflamaban y cinco dedos encrespados se afanaban en apretar con fuerza toda la piel que eran capaces de abarcar. Y la figura vibraba intentando escabullirse y ser prisionera al mismo tiempo. Se despertaban quejas mentirosas y jadeos, que nacían a medida que el aire y los susurros se iban templando. Sólo se silenciaba la música cuando las notas rendidas se incendiaban.
Otra vez.
Lo.