viernes, 29 de octubre de 2010

Suena.

De repente, llega el día en el que escuchas una canción que, sorprendentemente, dice todo aquello que tú has ido guardando por no saberlo expresar.
Te encuentras con ella y te encuentras en ella.
La reescuchas, y no consigues hallar ni un solo matiz que la aleje de lo que sientes. Es más, la melodía y la letra logran ayudarte a desenredar la maraña que alberga tu estómago, y a digerir las palabras atragantadas que tratan cada día de alcanzar tu garganta. ("¡Escúpenos!"-siguen gritando). "Es hora de tender al Sol los recuerdos empapados"- dice entonces Pepito Grillo.
Así que esa canción no será nunca más una canción. Se ha convertido en un espejo, en una declaración, en una ventana abierta. Y es tuya. Cada vez que la escuches te agitarás por dentro, y, si te sientes generoso, dejarás escapar alguna de tus palabras secuestradas, esas que no dejan de arañarte. Las dejarás huir, aunque sea en voz muy baja y se pierdan entre el ruido.


Lo.

lunes, 25 de octubre de 2010

El bolso de Mary Poppins.

Me comí el algodón de azúcar y, de postre, la cazadora de cuero. Me vestí de blanco y justo después, de negro. Ternura y lujuria. Timidez y atrevimiento. Di un paseo que se convirtió en carrera. Permanencia y recuerdo. Susurro y aullido. Inocencia y deseo. Zapatilla y tacón. Peluche y perro. Quise moldear plastilina que se convirtió en acero. Acústica y eléctrica. Caricia y sexo.

En mis noches caben mil sueños.
Mis noches son de todos los colores.
Mis noches no tienen fondo, como el bolso de Mary Poppins.

Lo.



jueves, 21 de octubre de 2010

Don't.


Pesan los párpados. Pesan todas las lágrimas guardadas.
Un susurro suplica a gritos una vía de escape, una puerta, la que yo no quiero abrir.
Cierro los ojos, fuerte, hasta que queman. Hasta que arden.
Rechinan las sienes, repiquetean los dientes de metal oxidado, chillan los nervios encrespados que rasgan las costuras de la piel.
Siento la ebullición de los recuerdos exaltados, la viveza de una furia volcánica, todavía líquida, para siempre contenida.

-No os vais a escapar.

Lo.

jueves, 14 de octubre de 2010

El don de la oportunidad.

Ahora que la montaña (rusa o no) ha decidido pisar tierra firme, ahora que ya no quedan restos de maquillaje, ahora que las nubes se han disipado y el cristal es tan transparente como irrompible; justo ahora, mil millones de manos empiezan a aplaudir. Y los aplausos no son halagos ni muestras de admiración, sino mofas molestas e inoportunas que sólo quieren devolverme la inestabilidad oscilante que un día fue seducción. Es momento de taparme los oídos con fuerza, para escuchar solamente el sonido del mar, que se agita y grita como si fuera efervescente, como si tú lo estuvieras batiendo con una cucharilla de café. Y si el rechazo no es suficiente, tendré que esconderme bajo las sábanas a respirar un presente chispeante que ha olvidado los papeles arrugados al otro lado de la puerta.

Lo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Mono.

Y si revuelvo
en tu reverso
no hallaré
más que recuerdos
de una noria
giratoria
que se mece
en mi memoria.

Lo.

martes, 5 de octubre de 2010

Sus pestañas.


-Después lo intentas tú. -Me dijo mientras se descalzaba. Ni siquiera se agachó. Sus pies se quitaron los zapatos el uno al otro, deslizando la punta por el talón con un movimiento fugaz. Primero el derecho, luego el izquierdo. Se quedó de espaldas, con el silencio requerido y los brazos en alto. Flexionó las rodillas haciendo una reverencia un poco torpe, giró la cabeza y me miró sonriendo.

Se volvió incorporándose y correteó hacia la escalera de madera. Trepó por ella hasta alcanzar la rama del árbol. No parecía demasiado estable, pero ella se movía con agilidad y destreza, como si se hubiera criado con el mismísimo Tarzán.

Alcanzó la cuerda y, respirando hondo, comenzó a caminar de puntillas sobre ella. Avanzaba con rapidez y con una seguridad tan rotunda como sorprendente.

Me acerqué al tronco del árbol para verla más de cerca. Mantenía los brazos extendidos hacia los lados para no perder el equilibrio y había cambiado la sonrisa por una mueca, reflejo de una profunda concentración. Tenía el ceño fruncido y apretaba los labios dejando asomar la punta de la lengua, casi estrangulada. Se había preocupado de recogerse el pelo antes de iniciar la aventurada maniobra, pero algunos mechones desobedientes se escapaban y, como no podía cambiar la postura de los brazos que le daban estabilidad, de vez en cuando soplaba hacia arriba, haciendo que los rizos castaños levitaran un segundo antes de volver a incordiarla. A mí me enternecía su fastidio.

En poco tiempo, alcanzó el otro extremo de la soga. La victoria estalló cuando su segundo pie se posó sobre la rama del árbol. Entonces le cambió el gesto y soltó una ruidosa carcajada, de esas que sacuden el mundo. (O al menos mi mundo).

Mientras descendía por la otra escalerilla de madera, dándome la espalda, empezó a hablarme atropelladamente. No pude descifrar ni una de sus palabras hasta que no se hubo posado en el cesped.

-¡Te toca! ¡Tu turno! ¡Te dije que yo podía hacerlo, y ahora te toca! -Chillaba mientras corría hacia mí entre tropiezos y zancadillas autoprovocadas.

Yo me sabía incapaz de lograrlo. Ni siquiera tenía intención de poner a prueba mi equilibrio, y no me importaban ni lo más mínimo las quejas y reproches que, sin duda alguna, vendrían después.

¿No se daba cuenta de que me bastaba con verla acercarse descalza, riendo, con el pelo cada vez más alborotado, las rodillas magulladas y el vestido sucio? ¿No se hacía una idea de lo mucho que me conmovía aquella imagen?
La admiraba profundamente, y no sólo por tener la osadía de desfilar sobre una cuerda a cuatro metros del suelo. La admiraba igualmente cuando se mordía las uñas o cuando masticaba chicle de fresa, y me quedaba extasiado observándola deshojar margaritas sentada en el jardín. Ella no sabía que cuando se dormía yo no podía conciliar el sueño porque debía estudiar la sutil vibración de sus pestañas.

Lo.