martes, 23 de agosto de 2011

Hoy.

Hoy me he levantado con resaca. Pero no es una resaca de alcohol, de humo de tabaco, de noches brumosas y grises. Es una resaca que sonríe de medio lado, que está agotada de esconder la amargura bajo las sábanas gastadas y sucias.

Hoy me he levantado con la felicidad exaltada de quien ayer estuvo triste. Me he levantado con los ojos hinchados de llorarte y de dormirte, de recibirte, de aposentarte, de decirte adiós y de darte la bienvenida. Me he hecho un café llamado Roma que sabe a septiembre, a amaneceres trasnochados y a tu cocina. Ha fluído por mis ríos, ha reconfortado mi estómago que llevaba dos días masticando agua salada, pues hay llantos dadores de vida y de muerte.

Hoy me he levantado con una batalla perdida a la que le queda un soldado. Tengo entre mis manos una flor marchita con un sólo pétalo de luz roja; una vela apagada con un rescoldo tenue. Y ante mí, unos ojos verdes tristes, cargados de rencor y con la capacidad de sonreír en pausa.
Y yo, tengo las ganas de dotar de fuerza al soldado, de revivir la flor, de encender la vela, y de conseguir que tus ojos vuelvan a decirme lo feliz que eres.

Hoy me he levantado con ánimo exultante, con deseo de mimarte, con hambre de tus manos, con ganas de quererte. Porque vi el miedo mirándome a la cara, arrojándome su aliento -que es tan frío como dicen- y supe que a quien quiero contemplar y quien quiero que me contemple, no es ese rostro helado, sino tu ojo de cíclope besándome con las pestañas.

Te quiero.


Lo.

viernes, 5 de agosto de 2011

Paremos el tiempo.

Cuando pasó la tormenta, ella se sentó en el suelo, donde habían cenado un día una hamburguesa porque les había parecido divertido. Rodeada de cajas que no la dejaban ver, se encogió y todas aquellas palabras que no había sabido digerir volvieron a resonar en su cabeza, esta vez con pleno significado. Las lágrimas ardían y los puños cerrados eran los que más gritaban dentro del pequeño salón.

Él daba vueltas en la cama, enredándose en aquella sábana asesina decidida a estrangular personas. Pensaba en un pasado que no había conocido, pero que regresaba a una memoria diseñada en su cabeza para albergar dudas y miedos. Bebía de todos los ríos envenenados, que se evaporaban y formaban nubes encargadas de cegar sus ojos verdes.

Apoyada en un respaldo de cartón que ponía "libros" y con un folio en la mano, ella se puso a recordar momentos que uno vive siendo consciente de que son especiales y que merecen durar más que el resto. Los iba anotando en un papel que sería carta, leída por otros ojos.

Los sentimientos de él se contradecían y luchaban. "Te quieros" y "adioses" batallaban en un duermevela incómodo, bañado en ibuprofeno y agua. Se sostenían las razones de la muerte, pues eran las que, con más fuerza, resonaban. Pero estos motivos se enfrentaban a la languidez de los besos dormidos, a las miradas que hablan, al olor a naranjas verdes.

El bote de crema aún dormía en su mesita de noche 20 horas antes de que se parara el tiempo.

Lo.