jueves, 29 de julio de 2010

Desenlace.


Hoy llegué a la página 365 del libro que empecé a leer el día que te conocí.

Sí, llegué a la última página del libro que empecé a leer el día que te conocí y no me atreví a terminarla por miedo a terminarte a tí.

Lo.

miércoles, 28 de julio de 2010

Con tapujos.


Yo finjo.
Supongo que notas cómo, cautelosa y en silencio, me meto en tu cama y me tumbo a tu lado.
Trato de no despertarte cuando, muy despacio, me tapo con el trocito de sábana que has reservado para mí. Sé que aún no te has dormido.
¿A que parece que no llego a sentir tu aliento tibio y dulce a milímetros de mi nuca?
Disimulo, como si mi cuerpo se hubiera acoplado al tuyo por pura coincidencia. La curvatura de mi espalda encaja con el paréntesis que se dibuja entre tu pecho y tus rodillas dobladas, casualmente, claro.
Tampoco he notado tu brazo rodeando mi cintura y para nada he acortado la distancia intencionadamente.
Me mantengo impasible ante tu respiración pausada y serena, e intento sincronizar la mía para esconderme, desaparecer, y que así no te percates de que sigo aquí, fingiendo.

Miento, oculto, silencio.
Cierro los ojos (fuerte) sabiendo que no voy a dormirme; no con tu boca tan cercana a mi cuello, no con la coincidencia perfecta que han formado nuestros cuerpos que imitan a las piezas de un puzzle, no con la protección delicada de tu abrazo, no con nuestras inspiraciones acompasadas. No, así no podré dormirme.

Falseo, escondo, disfrazo.
La inmovilidad duele. La contención es triste y amarga. Los frenos chirrían. El tiempo transcurre despacio cuando el sueño no hace aparición. Vendrá la luz a visitarnos -cargada de realidad, dudas, incertidumbres, riesgos y miedos- y aún entonces, seguiré fingiendo.

Simulo, callo, engaño.

Yo finjo. ¿Tú finges?

Lo.

martes, 27 de julio de 2010

Carretera y adiós.

We once belonged to a bird...

Los árboles desfilan uno a uno siguiendo el ritmo de la música. Libertad (magnética, contenida, coreografiada).

I did my best not to make things worse, for you it isn't true...

Pero ahora eso da igual. Ahora mismo nada importa; ni para mí, (¿ni para tí?), ni para los árboles que bailan, ni para los postes que se suceden dándome el tiempo justo para que yo los cuente (uno, dos, tres...).

This is what happens when we separate...

Lo que pasa es que el Sol se va escondiendo por detrás de las nubes sólo para poner el punto final. Y todo se tiñe de naranja. Tengo que entrecerrar los ojos para evitar que me ardan las retinas, pero no quiero perderme ni un segundo de armonía inexistente. Si el perfecto entendimiento es cuestionable, ¿esto es un regalo para mí?

We may as well be made of stone...

Si así fuera podría no sentir nada, ser firme e inquebrantable. Si así fuera, lograría no estremecerme tras un cristal porque, durante un breve lapso de tiempo, la consonancia y la musicalidad se inventaron para mí.
Ojalá pudieras verlo conmigo. Si compartir este instante me ayudase a prolongarlo, ojalá pudieras sentirlo conmigo.

One wing will never fly either yours nor mine. I fear we can only wave goodbye...

Adiós. Huele a despedida. Hay un equilibrio tangible y el ritmo es casi palpable, pero no deja de apestar a despedida.

Miro hacia atrás. De reojo, me veo reflejado en el cristal. ¿Soy yo? Casi me mezclo con el paisaje; con el cielo naranja; con los árboles y los postes que, desde sus puestos, me dicen adiós trenzando cada nota como si quisieran alargarla para evitar su desaparición. Las líneas blancas pintadas en la carretera también se han unido a la conjunción perfecta y parece que las voy trazando a medida que el coche avanza y va dejándolo todo atrás. (
Todo va quedando atrás).

I fear we can only wave goodbye.
One wing will never ever fly dear neither yours nor mine. I fear we can only wave goodbye...

Y, poco a poco, la armonía y la completa consonancia se van diluyendo. El paisaje permanece, pero la magia se ha esfumado. La perfección no existe, pero yo una vez conocí algo comparable, hasta que cada elemento retomó su posición, su actitud original, desoyendo e ignorando todo lo demás.

Prometo que un día todo encajó, mientras olía -apestaba- a despedida.

I fear we can only wave goodbye.

http://www.youtube.com/watch?v=bF3pBjPwgtg

Lo.

lunes, 26 de julio de 2010

Lección (de charol).

Las canicas -redondas, brillantes, pulidas- rodaban por el suelo de mármol blanco. Cada una tomaba una dirección, distanciándose del resto y buscando en la superficia lisa y despejada, una trayectoria propia que nada tuviera que ver con la que elegían sus compañeras. Verde, rojo, amarillo, granate, azul, blanco, naranja, celeste, negro, violeta, gris, rosa, marrón... los colores seguían girando sobre sí mismos, como si quisieran pintar el mármol y dibujar en él, líneas entremezcladas y gritos de tonalidades contradictorias y enmarañadas.

La niña de los zapatos de charol que observaba atentamente aquel caos de canicas nerviosas y agitadas, se agachó frente a ellas con el propósito de poner fin al espectáculo. Con las palmas de las manos comenzó a frenar los saltos y las rápidas carreras que aquellas pequeñas bolitas se empeñaban en iniciar, y, poco a poco fue reuniéndolas en un montón en el que se barajaban todos los colores. Pero las canicas no se dejaban vencer tan fácilmente y, cuando la niña pensaba que las tenía a todas bajo control, alguna rebelde se escapaba entre sus dedos y emprendía de nuevo la marcha sin ninguna timidez. Esto complicaba mucho la operación, porque una de las manos tenía que abandonar el rebaño para perseguir a la fugitiva, lo que obligaba a la otra mano a hacerse cargo de todas las demás. Al ver la vigilancia reducida en un 5o%, las canicas cautivas aprovechaban la situación para buscar rendijas entre los dedos y escapar rodando antes de que la otra mano se percatara de su escapada.

Tras varios intentos fallidos, la niña admitió que era imposible dominarlas a todas... Cada vez que lograba capturarlas, alguna bolita desafiante y juguetona encontraba una fisura por la que colarse. Así que se rindió, lanzando con furia las canicas que quedaban en sus manos y aceptando, con rabia y resignación, su forzosa libertad. Éstas brincaban, chocaban contra el suelo y proclamaban su indiscutible victoria con un alegre estruendo.

La niña de los zapatos de charol reconoció que, si no era capaz de domar a un puñado de canicas desobedientes, nunca conseguiría tenerlo todo bajo control.

Lo.

jueves, 22 de julio de 2010

Verano.

Que me dejes en paz. Sí, que me dejes en paz, te he dicho. Pesado, más que pesado.

No quiero que me cojas de la mano cuando vamos paseando. Que tu mano está siempre sucia y sudada. Y las mías están muy limpias, que me las lavo todo el rato con el jabón de lavanda que me regaló mi abuela. Seguro que tienes envidia y quieres robar el aroma de mis manos limpias. Pues no. Pues sí. Pues a lo mejor te doy un poco de olor a lavanda si no se lo dices a nadie. Así las tuyas no estarán tan pringosas y las mías no estarán intactas. Pero no se lo digas a nadie, que esto es un secreto. Además, si consigo cogerle a mi abuela una pastillita de jabón de su neceser, te la daré y así no volverás a tocarme con tus mugrientas y repugnantes manazas. ¡Cochino!

Te crees que porque te sonría un poco ya tienes derecho a todo. Pues ya no pienso sonreírte más. O a lo mejor te sigo sonriendo, y con más ganas aún. Pero sólo para que te fastidies. Que yo sonrío a quien me da la gana, incluso a tí, si quiero. Aunque seas un niñato estúpido, te pienso sonreir hasta que se me caigan los dientes. Porque sí, para que te fastidies.

Y ya no quiero que me vengas a buscar para ir a caminar junto al río. No me gusta, porque siempre te pones a correr y yo no soy capaz de ir tan rápido. Y al final me enfado (¿cómo no me voy a enfadar?). Y entonces tú te vuelves, te ríes, me tiras al suelo y me haces cosquillas sobre el césped húmedo. Y yo también me río. Contigo. Porque me encanta que te vuelvas, te rías, me tires al suelo, me hagas cosquillas y se me manche el vestido de verdín, aunque luego me riñan.

Ni se te ocurra volver a llamarme a casa. Que mi padre ya está harto de tanta llamadita a la hora de la cena. Que a la que regañan es a mí, no a tí, caradura.
"¿Quién es ese chaval que llama cada día cuando nos vamos a sentar a la mesa? ¿En su casa no tienen modales?" Y me acaban tachando de mentirosa porque yo tengo que decir que es mi amiga Margarita, que está un poco constipada porque ha cogido frío bañándose en el río, y de ahí esa voz horrible y varonil. Esa voz tan bonita que tienes. Con la que, cuando me hablas al oído, se me eriza el vello rubio de la nuca. Pero no me llames más a casa. No me llames nunca, nunca más.

¡Ah! Y que sepas que he visto cómo me miras cuando estoy columpiándome en el parque. Que no soy tonta y me he fijado en que, cuando estoy allí arriba me miras las braguitas porque con tanto impulso se me levanta la falda. ¿Y qué te importa a tí el color de mis braguitas? ¡Guarro! ¡Marrano! Yo a tí no te enseño las braguitas ni aunque me lo pidas de rodillas llorando.
Bueno, aunque si me traes una flor de ese jardín tan bonito que se ve desde tu ventana y dejas de mirarme cuando estoy en el columpio, a lo mejor te las enseño un día cuando estemos escondidos. Y sólo porque me tienes harta. ¡Pero nada de tocar, eh! Serás guarro, serás marrano.

Y cuando estemos con los demás; comiendo pipas en el parque, o bañándonos en la piscina, o jugando a las cartas junto al arroyo, o en cualquier otro sitio; te prohíbo que te acerques a darme un beso. Que tienes los labios ásperos y muy feos. Y me llenas de babas. Y no quiero que me vean mis amigas con un tonto como tú. Que eres un estúpido. Y se van a pensar que soy igual de tonta e igual de estúpida que tú. Y no lo soy, de eso nada.
Cuando estemos solos, escondidos detrás de la iglesia antes de ir a casa a cenar, entonces sí dejaré que me beses lo que quieras. Porque tus labios son tan dulces como las gominolas de fresa. Además me gusta ponerme un poco de puntillas, mirar hacia el cielo y abrazarte el cuello para llegar a tu boca. Porque has crecido ¿sabes? Sí, el año pasado yo era más alta que tú. Sí, sí. Acuérdate cuando nos medimos en la pared de tu patio, que todavía hay dos muescas y la que está más arriba es la mía. Eras un enano (¡ja,ja!). Pero has pegado el estirón, sí. Y por eso tengo que ponerme de puntillas para alcanzarte. Y te abrazo para no perder el equilibrio, no te creas que es por gusto. Ojalá no tuviera que hacerlo, listillo. ¡Já! ¡Prueba a mantener el equilibrio sin poder posar bien los pies en el suelo! Idiota, que eres un idiota. Presumido. Caradura. Si no me gustaran tanto tus besos detrás de la iglesia, no me volverías a ver el pelo. Idiota.

¿Y qué es eso de decirme cursiladas? Yo no quiero oír esas cosas. Que seguro que le pides a alguien que te lo chive, que tú no te inventas esas cosas tan bonitas. O le robas los libros de poesía a tu hermano mayor y te aprendes los versos que sabes que me van a gustar. Sí, seguro que es eso. Y te los apuntas para que no se te olviden, ¿eh? Los escribes en esas manos tan sucias que tienes. Marrano, cochino. Te pillé.
Porque tú no piensas todas esas cosas tan lindas que me dices al oído cuando paseamos junto al río, cuando me llamas a casa, cuando comemos pipas en los bancos del parque o cuando nos besamos tras la iglesia. No, tú no. Porque si todas esas cursiladas que me gustan tanto te las inventas tú... entonces... entonces... Entonces, nada. Idiota, que eres un idiota. Imbécil. ¡Ay, si no te quisiera tanto! Cochino. Caradura. Pesado. ¡Con lo que yo te echo de menos desde septiembre hasta julio! Y no se lo digas a nadie, que seguro que se lo cuentas a todo el mundo para presumir. Estúpido. Tonto, más que tonto. Fanfarrón. Presumido.

Lo.

lunes, 19 de julio de 2010

Y sigue aferrándose a mi muñeca.

Tengo un amigo sin fecha de caducidad que me ha hecho un regalo. Me ha dado una información muy valiosa, acompañada de una licencia para reflexionar libremente sobre ella y un permiso especial para escribir las conclusiones precipitadas que pueda alcanzar.

-
Lo que lo mueve todo es el miedo. Te dicen que es el amor, pero es mentira. Es el miedo.

Dicho esto, comencé a darle vueltas a la idea, después de enfadarme con el Cine y la Literatura, esos dos grandes mentirosos que, al parecer, llevan engañándome muchos años.

Definición de miedo:
1. m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.
2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.


Como dice la Real Academia, se trata del temor a un riesgo que no tiene por qué ser siempre real. La inexistencia del peligro no reduce la sensación de angustia. Si no os fiáis del diccionaro, creed a una persona que, de niña, estaba convencida de que una bruja que vivía debajo de su cama con un brazo verde y putrefacto lleno de verrugas, le agarraría la muñeca si se atrevía a intentar coger el vaso de agua de la mesilla. Y el miedo le hizo pasar sed muchas noches.

El diccionario también se refiere al desasosiego provocado porque suceda lo contrario a lo que queremos. Las decisiones -desde elegir qué desayunar hasta el "sí quiero" en las bodas- nos condicionan y nos abren una puerta cuya apertura provoca el cierre automático de muchas otras . ¿Y si la decisión no ha sido la correcta? ¿Y si creemos que algo va a funcionar y no lo hace? Entonces llega el temor a que ocurra lo opuesto a lo que nos interesa. Miedo, una vez más.

Está siempre ahí, a lo largo de toda nuestra vida, porque, ante una hipotética inexistencia del miedo, ¿desaparecería el riesgo, o se haría aún más peligroso? Si no existiera el recelo, nada nos asustaría y nos atreveríamos con TODO. Esto significaría la desaparición del freno y, por tanto, la toma de decisiones que, con la existencia del miedo, no nos aventuraríamos a tomar. Se nos presentarían oportunidades que a lo mejor desecharíamos en otra situación. Pero, por otro lado, supondría la exposición directa a muchas más equivocaciones.
Los aciertos y los errores los condiciona el miedo. No es relevante el nivel de importancia de la determinación, ni el terreno en el que nos movamos. Todo se rige, inevitablemente, por el miedo.

Entonces ¿por qué tanto empeño en hacernos creer que el motor de todo es el amor? ¿Simplemente porque queda más bonito? ¿O porque nos da pánico pensar que el que mueve los hilos de todo es el propio miedo? Probablemente. Pero, enfocándolo así, no puede ser el amor el protagonista, ya que se trata de una marioneta más, supeditada a las decisiones basadas en los temores y los recelos.

Si me atrevo con una conclusión tan tajante es porque conozco el miedo pero no el amor y, tanto la ignorancia como el escepticismo, me han robado la palabra. Culpadlos a ellos si estáis en desacuerdo. O a mi amigo sin fecha de caducidad que me ha engañado.

Independientemente de quién o qué sea impulsor y culpable de éxitos y fracasos -sea el miedo, el amor, el sexo o el azar- lo innegable es que las turbaciones y desasosiegos están siempre presentes, apuntándonos y amenazándonos por la espalda.

Si pensar así es inútil o si supone una ayuda a la hora de seguir trazando el camino de nuestras vidas, no lo sé. Una vez más me ha dado por revolver en una caja enorme y demasiado desordenada. Ahora las grandes y las pequeñas verdades se están riendo de mí y de mis desenlaces enredados. Pero tampoco daño a nadie si me apetece masticar una duda más. Como mucho, a estas alturas, el lector se habrá arrepentido de haber perdido un par de minutos de su tiempo leyendo estupideces, pudiendo haber abandonado en la primera, en la tercera o en la duodécima línea. Si es así, me disculpo. Pero no prometo dejar de hurgar en temas inabarcables porque, de vez en cuando, me gusta meterme donde nadie me llama.
Además, mi amigo sin fecha de caducidad me ha dado, sin darse cuenta, otra duda para rumiar: los placeres fáciles y el vacío que algunos de ellos provocan. Pero esa es otra historia que queda aparcada hasta que el miedo se vaya de mi cabeza y me devuelva mi independencia. Maldito miedo, siempre ahí, incordiando.

Lo.

sábado, 17 de julio de 2010

Victorias compartidas.

El cuerpo larguirucho y segmentado del insecto avanza por el tallo verde ignorando la Ley de la Gravedad. Sus patas, pequeños filamentos negros no más perceptibles que pestañas, impulsan, con empeño, su pesada carga.
Alcanzada la cima -una hoja verde, húmeda, brillante y seductora- el insecto respira hondo y siente que domina el mundo. Sin embargo, en pocos segundos se aburre de las privilegiadas vistas y, volviendo a desafiar las leyes naturales, se dirige hacia el envés girando con torpeza su reluciente panza amarilla. Recorre, sin prisa, la aspereza de la cara B antes de emprender el camino de vuelta. Cuando regresa a la terrosa horizontalidad se aleja lentamente de su momento de gloria sin saber que en el tallo vecino, en el de al lado, en el jardín contiguo y en el de enfrente, miles de insectos pasean con orgullo sus triunfos y conquistas sintiéndose, por un momento,
únicos.

Lo.

viernes, 16 de julio de 2010

Atracón y ojeras.


Hoy voy a tirar por el camino fácil -o difícil, según se valore el nivel de ambición- y voy a abordar un tema recurrente, una duda más que masticada: el tiempo. Pensar en mayúsculas lo hemos hecho todos, y nos hemos atrevido a reflexionar sobre conceptos tan grandilocuentes como etéreos: EXISTENCIA, VIDA, TIEMPO.

Tratamos de lidiar con un tema que nos viene grande. Enorme. Y no sabemos manipularlo; así que preferimos gestionarlo poco a poco, partiendo el todo en trocitos más pequeños: milenios, siglos, decenas, lustros, años, meses, días, horas, minutos, segundos... Y la tarea se hace más asequible. Como no lo puedo asimilar de una vez, con el cuchillo hago los cortes pertinentes, y con el tenedor me llevo a la boca cada segundo. Y luego el siguiente, y el siguiente, y el siguiente... Y nunca me atraganto.

Pero, de vez en cuando, nos volvemos ambiciosos y queremos más. De repente tenemos mucha hambre y queremos engullir, entender, conocer, SABER. Con el apetito llega la impaciencia. Y si a ésta le sumamos la falta de respuestas nos quedamos con la incertidumbre, y, de la mano, viene el siempre el miedo.
Ganas de saber - Impaciencia - Falta de respuestas - Incertidumbre - Miedo.
¿Me equivoco? Corregidme si lo hago (al fin y al cabo, ésto no son más que divagaciones de una insomne).

Retrocedo para ilustrar estas conclusiones somnolientas y precipitadas. La sencillez del día a día, del semana a semana, e incluso del mes a mes, es cómoda y manejable. El largo plazo es lo que
nos aterra (me tomo la libertad de generalizar).
Largo plazo. Futuro. Planes. Ideas. Entramos en palabras mayores.
¿Qué me pongo esta noche? frente a ¿qué quiero hacer con mi vida? Vaya. Ahí está el TIEMPO. Las mayúsculas, las incertidumbres, los miedos, las dudas masticables.

Tened en cuenta que están al habla (o al teclado) veintiún años de inexperiencia, con todo lo que ello conlleva: inseguridades, planes temblorosos, ideas borrosas, presiones y lo que aún no sé si es bueno o malo: un abanico de posibilidades inmenso.
En este punto podría introducir en estas elucubraciones otros factores que nadan -de
nadar (vb. intr.) y de no hacer nada (sust. f.)- por mi cabeza, pero sólo conseguiría hacerlo todo un poco más enrevesado, y no quiero abusar de la paciencia del lector. Me reservo para otro día... u otra noche.

No sé si esta exposición evidencia ideas o crea espirales y bucles cada vez más rizados. Probablemente sea imposible asimilar la idea de TIEMPO como tal. Cuando creo tener algo claro y concluyo que el largo plazo es ingestionable como algo global, siempre aparece un ser (¿admirable?, ¿afortunado?) con unos planes tan perfectamente trazados que consigue echar por tierra, de un soplido, mis conclusiones de juguete.

Y otra vez a empezar de cero, esta vez con la frustración de saber que enredar la madeja no parece llevar a ninguna parte. La desilusión añadida a la falta de desenlace es agotadora. Y a pesar de ello, no es la cura contra el insomnio de las noches de verano.

Por el momento, prometo dejar las grandes preguntas en reposo y regresar a la sencillez del día a día, al cuchillo y al tenedor. Otro día, con más apetito, me replantearé el futuro y volveré a masticar, con paciencia y un esquema mental más nítido, esas seis mayúsculas que se me atragantan... T-I-E-M-P-O.

Lo.

jueves, 15 de julio de 2010

Silencio: genio creando.

Sentado frente al caballete con el pincel en la mano, tomó aire y se propuso, una vez más, revolucionar los paradigmas del Arte (sí, del Arte con mayúscula).

Introduciendo el haz de pelo en los diferentes colores que teñían su paleta, comenzó su proyecto con firmeza y determinación. Pronto, se sumió en el éxtasis habitual, en esa pérdida de razón que se apodera del genio cuando éste está creando. El pincel viajaba del óleo al lienzo con agilidad y ligereza; y así, el blanco- silencioso y anodino- iba adquiriendo formas y matices que le restaban apatía y le aportaban fuerza y personalidad.

Cuando -minutos, horas o días después (¿quién mide el tiempo?)- los últimos rincones del lienzo fueron cubiertos, el artista regresó de su mundo de ingenio y retomó el contacto con la realidad.

La sorpresa y el asombro volvieron a apoderarse de él cuando comprobó, por enésima vez, que no había roto moldes, que su revolución volvía a estar perdida. Su yo de lino se reía de su talento.
Se hallaba, de nuevo, ante el autorretrato de la mediocridad, con un ego desmesurado y una autoestima demasiado elevada.

Lo.

lunes, 12 de julio de 2010

Arranque de sinceridad.



Deje su mensaje después de oír la señal:
No te quiero hacer sufrir, pero tus besos ya no saben a nada.
De verdad que no trato de disgustarte cuando te digo que me enerva cada uno de tus movimientos: que te apartes el pelo de la frente, que te muerdas las uñas, que sonrías, que camines, que me mires... Odio que me mires.
Espero que no te importe que te confiese que me retuerzo bajo las sábanas por evitar tus caricias. El tacto de tus dedos me molesta, me insulta, me duele.
No pretendo que esto te afecte, pero tus palabras me suenan huecas. Tu voz, estridente y encrespada, me irrita (y ya tengo una arruga en la frente).
Te digo, sin ánimo de enfadarte, que nuestras noches compartidas se han convertido en ensayos de coreografías arrítmicas y dispares. Tu aliento en mi cuello resulta fétido y tu sudor me quema y me escuece.
Recuerda que con esto no intento hacerte daño. Recógeme a las ocho, como siempre.
Mensaje guardado.

Lo.