sábado, 17 de julio de 2010

Victorias compartidas.

El cuerpo larguirucho y segmentado del insecto avanza por el tallo verde ignorando la Ley de la Gravedad. Sus patas, pequeños filamentos negros no más perceptibles que pestañas, impulsan, con empeño, su pesada carga.
Alcanzada la cima -una hoja verde, húmeda, brillante y seductora- el insecto respira hondo y siente que domina el mundo. Sin embargo, en pocos segundos se aburre de las privilegiadas vistas y, volviendo a desafiar las leyes naturales, se dirige hacia el envés girando con torpeza su reluciente panza amarilla. Recorre, sin prisa, la aspereza de la cara B antes de emprender el camino de vuelta. Cuando regresa a la terrosa horizontalidad se aleja lentamente de su momento de gloria sin saber que en el tallo vecino, en el de al lado, en el jardín contiguo y en el de enfrente, miles de insectos pasean con orgullo sus triunfos y conquistas sintiéndose, por un momento,
únicos.

Lo.

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