miércoles, 28 de julio de 2010

Con tapujos.


Yo finjo.
Supongo que notas cómo, cautelosa y en silencio, me meto en tu cama y me tumbo a tu lado.
Trato de no despertarte cuando, muy despacio, me tapo con el trocito de sábana que has reservado para mí. Sé que aún no te has dormido.
¿A que parece que no llego a sentir tu aliento tibio y dulce a milímetros de mi nuca?
Disimulo, como si mi cuerpo se hubiera acoplado al tuyo por pura coincidencia. La curvatura de mi espalda encaja con el paréntesis que se dibuja entre tu pecho y tus rodillas dobladas, casualmente, claro.
Tampoco he notado tu brazo rodeando mi cintura y para nada he acortado la distancia intencionadamente.
Me mantengo impasible ante tu respiración pausada y serena, e intento sincronizar la mía para esconderme, desaparecer, y que así no te percates de que sigo aquí, fingiendo.

Miento, oculto, silencio.
Cierro los ojos (fuerte) sabiendo que no voy a dormirme; no con tu boca tan cercana a mi cuello, no con la coincidencia perfecta que han formado nuestros cuerpos que imitan a las piezas de un puzzle, no con la protección delicada de tu abrazo, no con nuestras inspiraciones acompasadas. No, así no podré dormirme.

Falseo, escondo, disfrazo.
La inmovilidad duele. La contención es triste y amarga. Los frenos chirrían. El tiempo transcurre despacio cuando el sueño no hace aparición. Vendrá la luz a visitarnos -cargada de realidad, dudas, incertidumbres, riesgos y miedos- y aún entonces, seguiré fingiendo.

Simulo, callo, engaño.

Yo finjo. ¿Tú finges?

Lo.

No hay comentarios: