jueves, 22 de julio de 2010

Verano.

Que me dejes en paz. Sí, que me dejes en paz, te he dicho. Pesado, más que pesado.

No quiero que me cojas de la mano cuando vamos paseando. Que tu mano está siempre sucia y sudada. Y las mías están muy limpias, que me las lavo todo el rato con el jabón de lavanda que me regaló mi abuela. Seguro que tienes envidia y quieres robar el aroma de mis manos limpias. Pues no. Pues sí. Pues a lo mejor te doy un poco de olor a lavanda si no se lo dices a nadie. Así las tuyas no estarán tan pringosas y las mías no estarán intactas. Pero no se lo digas a nadie, que esto es un secreto. Además, si consigo cogerle a mi abuela una pastillita de jabón de su neceser, te la daré y así no volverás a tocarme con tus mugrientas y repugnantes manazas. ¡Cochino!

Te crees que porque te sonría un poco ya tienes derecho a todo. Pues ya no pienso sonreírte más. O a lo mejor te sigo sonriendo, y con más ganas aún. Pero sólo para que te fastidies. Que yo sonrío a quien me da la gana, incluso a tí, si quiero. Aunque seas un niñato estúpido, te pienso sonreir hasta que se me caigan los dientes. Porque sí, para que te fastidies.

Y ya no quiero que me vengas a buscar para ir a caminar junto al río. No me gusta, porque siempre te pones a correr y yo no soy capaz de ir tan rápido. Y al final me enfado (¿cómo no me voy a enfadar?). Y entonces tú te vuelves, te ríes, me tiras al suelo y me haces cosquillas sobre el césped húmedo. Y yo también me río. Contigo. Porque me encanta que te vuelvas, te rías, me tires al suelo, me hagas cosquillas y se me manche el vestido de verdín, aunque luego me riñan.

Ni se te ocurra volver a llamarme a casa. Que mi padre ya está harto de tanta llamadita a la hora de la cena. Que a la que regañan es a mí, no a tí, caradura.
"¿Quién es ese chaval que llama cada día cuando nos vamos a sentar a la mesa? ¿En su casa no tienen modales?" Y me acaban tachando de mentirosa porque yo tengo que decir que es mi amiga Margarita, que está un poco constipada porque ha cogido frío bañándose en el río, y de ahí esa voz horrible y varonil. Esa voz tan bonita que tienes. Con la que, cuando me hablas al oído, se me eriza el vello rubio de la nuca. Pero no me llames más a casa. No me llames nunca, nunca más.

¡Ah! Y que sepas que he visto cómo me miras cuando estoy columpiándome en el parque. Que no soy tonta y me he fijado en que, cuando estoy allí arriba me miras las braguitas porque con tanto impulso se me levanta la falda. ¿Y qué te importa a tí el color de mis braguitas? ¡Guarro! ¡Marrano! Yo a tí no te enseño las braguitas ni aunque me lo pidas de rodillas llorando.
Bueno, aunque si me traes una flor de ese jardín tan bonito que se ve desde tu ventana y dejas de mirarme cuando estoy en el columpio, a lo mejor te las enseño un día cuando estemos escondidos. Y sólo porque me tienes harta. ¡Pero nada de tocar, eh! Serás guarro, serás marrano.

Y cuando estemos con los demás; comiendo pipas en el parque, o bañándonos en la piscina, o jugando a las cartas junto al arroyo, o en cualquier otro sitio; te prohíbo que te acerques a darme un beso. Que tienes los labios ásperos y muy feos. Y me llenas de babas. Y no quiero que me vean mis amigas con un tonto como tú. Que eres un estúpido. Y se van a pensar que soy igual de tonta e igual de estúpida que tú. Y no lo soy, de eso nada.
Cuando estemos solos, escondidos detrás de la iglesia antes de ir a casa a cenar, entonces sí dejaré que me beses lo que quieras. Porque tus labios son tan dulces como las gominolas de fresa. Además me gusta ponerme un poco de puntillas, mirar hacia el cielo y abrazarte el cuello para llegar a tu boca. Porque has crecido ¿sabes? Sí, el año pasado yo era más alta que tú. Sí, sí. Acuérdate cuando nos medimos en la pared de tu patio, que todavía hay dos muescas y la que está más arriba es la mía. Eras un enano (¡ja,ja!). Pero has pegado el estirón, sí. Y por eso tengo que ponerme de puntillas para alcanzarte. Y te abrazo para no perder el equilibrio, no te creas que es por gusto. Ojalá no tuviera que hacerlo, listillo. ¡Já! ¡Prueba a mantener el equilibrio sin poder posar bien los pies en el suelo! Idiota, que eres un idiota. Presumido. Caradura. Si no me gustaran tanto tus besos detrás de la iglesia, no me volverías a ver el pelo. Idiota.

¿Y qué es eso de decirme cursiladas? Yo no quiero oír esas cosas. Que seguro que le pides a alguien que te lo chive, que tú no te inventas esas cosas tan bonitas. O le robas los libros de poesía a tu hermano mayor y te aprendes los versos que sabes que me van a gustar. Sí, seguro que es eso. Y te los apuntas para que no se te olviden, ¿eh? Los escribes en esas manos tan sucias que tienes. Marrano, cochino. Te pillé.
Porque tú no piensas todas esas cosas tan lindas que me dices al oído cuando paseamos junto al río, cuando me llamas a casa, cuando comemos pipas en los bancos del parque o cuando nos besamos tras la iglesia. No, tú no. Porque si todas esas cursiladas que me gustan tanto te las inventas tú... entonces... entonces... Entonces, nada. Idiota, que eres un idiota. Imbécil. ¡Ay, si no te quisiera tanto! Cochino. Caradura. Pesado. ¡Con lo que yo te echo de menos desde septiembre hasta julio! Y no se lo digas a nadie, que seguro que se lo cuentas a todo el mundo para presumir. Estúpido. Tonto, más que tonto. Fanfarrón. Presumido.

Lo.

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