viernes, 5 de agosto de 2011

Paremos el tiempo.

Cuando pasó la tormenta, ella se sentó en el suelo, donde habían cenado un día una hamburguesa porque les había parecido divertido. Rodeada de cajas que no la dejaban ver, se encogió y todas aquellas palabras que no había sabido digerir volvieron a resonar en su cabeza, esta vez con pleno significado. Las lágrimas ardían y los puños cerrados eran los que más gritaban dentro del pequeño salón.

Él daba vueltas en la cama, enredándose en aquella sábana asesina decidida a estrangular personas. Pensaba en un pasado que no había conocido, pero que regresaba a una memoria diseñada en su cabeza para albergar dudas y miedos. Bebía de todos los ríos envenenados, que se evaporaban y formaban nubes encargadas de cegar sus ojos verdes.

Apoyada en un respaldo de cartón que ponía "libros" y con un folio en la mano, ella se puso a recordar momentos que uno vive siendo consciente de que son especiales y que merecen durar más que el resto. Los iba anotando en un papel que sería carta, leída por otros ojos.

Los sentimientos de él se contradecían y luchaban. "Te quieros" y "adioses" batallaban en un duermevela incómodo, bañado en ibuprofeno y agua. Se sostenían las razones de la muerte, pues eran las que, con más fuerza, resonaban. Pero estos motivos se enfrentaban a la languidez de los besos dormidos, a las miradas que hablan, al olor a naranjas verdes.

El bote de crema aún dormía en su mesita de noche 20 horas antes de que se parara el tiempo.

Lo.

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