Él daba vueltas en la cama, enredándose en aquella sábana asesina decidida a estrangular personas. Pensaba en un pasado que no había conocido, pero que regresaba a una memoria diseñada en su cabeza para albergar dudas y miedos. Bebía de todos los ríos envenenados, que se evaporaban y formaban nubes encargadas de cegar sus ojos verdes.
Apoyada en un respaldo de cartón que ponía "libros" y con un folio en la mano, ella se puso a recordar momentos que uno vive siendo consciente de que son especiales y que merecen durar más que el resto. Los iba anotando en un papel que sería carta, leída por otros ojos.
Los sentimientos de él se contradecían y luchaban. "Te quieros" y "adioses" batallaban en un duermevela incómodo, bañado en ibuprofeno y agua. Se sostenían las razones de la muerte, pues eran las que, con más fuerza, resonaban. Pero estos motivos se enfrentaban a la languidez de los besos dormidos, a las miradas que hablan, al olor a naranjas verdes.
El bote de crema aún dormía en su mesita de noche 20 horas antes de que se parara el tiempo.
Lo.
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