miércoles, 23 de junio de 2010

Insolación.

Necesitaba que el calor, la brisa, la paz, y la absoluta soledad la ayudaran a vaciar su mente.
Tendida sobre la arena templada, con su piel pálida como única vestimenta, respiraba despacio y profundamente. Sentía cómo, con cada expiración, las preocupaciones y los desasosiegos pasados iban desapareciendo, dejando paso únicamente a la distracción, a la abstracción.

No era consciente del paso del tiempo. A lo mejor, éste había dejado de existir cuando sus dedos se hundieron por primera vez en la arena fina buscando un rastro de humedad. A lo mejor, el tiempo aún estaba con ella pero ahora había enmudecido. A lo mejor los relojes del mundo seguían indicando su hora (o a lo mejor no).

Con las extremidades cada vez más enterradas, entreabrió los ojos para que los rayos del Sol la cegaran por un momento y vio cómo éste se hacía cada vez más pequeño. Parecía mirarla desde lejos; mientras ella, dulce y pacientemente, iba siendo absorbida, engullida, por la arena.
Cuando sólo quedaba la punta de su nariz en el exterior, tomó aire y asimiló, con total serenidad, que ya nadie podría verla, que ya nadie podría oírla, que ya nadie podría...

Lo.

1 comentario:

Claudia Sánchez dijo...

¡Ay! me hizo acordar a los ejercicios de relajación después de una clase de gimnasia. Muy buen micro.
Saludos!