jueves, 17 de febrero de 2011

Nulos y todos. Como los gatos.

Ella era esquiva y distante; como los gatos, le decían. Huraña, arisca, desconfiada; como los gatos, le decían.

Ella dormía sola, acurrucada, en una esquina de su cama de 135 centímetros (fríos y desolados). No necesitaba más que el silencio que contenían sus cuatro paredes pintadas de verde-azul. De ese verde-azul que visten los enfermeros en quirófano. Todo se circunscribía a su cubículo sellado con olor a hospital. Le bastaba con saborear entre ronroneos su propio empequeñecimiento; como los gatos, le decían.

Ella no tenía nada que decir. Y si no tenía nada que decir, no hablaba. ¿Para qué iba a hacerlo? Así lo dictaban las leyes de su lógica, las normas de su método. Al fin y al cabo, ella era sistemática y cautelosa, como los gatos, le decían. No concedía palabras a la falta de compañía, pues no era ésta merecedora del desvelo de sus misterios (felinos).

Caminaba sin dirección, pero aparentando tenerla; con esa mezcla de seguridad y duda, con fingida rectitud titubeante. Como los gatos, le decían. Discretos y rasgados eran sus pasos, igual que sus ojos, concluyentes. Nulos y todos.

Ella odiaba a los malditos gatos, que se movían sigilosos, como de puntillas, con la mirada fija e ilegible. Con el pelo encrespado y esos maullidos chirriantes y desafinados. "Yo no soy como uno de esos malditos gatos".


[...]

Lo.

1 comentario:

Propílogo dijo...

¡Qué buen ritmo, Lo!
Qué gozada es poder disfrutar de las repeticiones en su justa medida. Qué tempo extraño arrastra hasta el fianl del micro, al que se llega, por arte de magia, con unas cómodas 50 o 55 pulsaciones por minuto. Y qué obvio parece odiar a los gatos a esa velocidad.
Es un curioso micro-ambiente.
Felicidades