jueves, 23 de septiembre de 2010

Última tarde de verano.

Sólo el murmullo del mar resquebraja el silencio. El agua araña la quietud con una delicadeza calculada y constante. El rumor es manso, sedante y acompaña al movimiento hipnótico de las olas.
En el núcleo de una aleación de azules enfrentados, se enredan dos pieles que han dejado sus cáscaras al Sol, olvidadas en el puerto. Los dientes y los labios luchan, y los brazos se concilian en resistencias entrelazadas. El balanceo inalterable no cesa y acompaña a cuatro ojos boquiabiertos que pueden, a un tiempo, mirarse y mirar de frente a la cara oculta del mundo.

Cuerpos afortunados que se mecen al otro lado... en el punto donde todo confluye y los insomnios de alambre no existen.

Lo.

1 comentario:

Propílogo dijo...

Muy bien, Lo, muy bien. Apetece seguir leyendo más.
Por cierto, ya en la tercera línea he visto cómo cabeceaba la proa del barco de la foto. Buen truco. Muy visual.
Saludos.
P.