lunes, 27 de septiembre de 2010

Encuentros (I).

Se habían cruzado cinco veces.

La primera vez fue en la parada del autobús. Ella se refugiaba de la lluvia en la marquesina. Aunque el asiento estaba libre, permanecía de pie, con los brazos cruzados y sin apartar la vista de sus zapatos empapados. Él pasó caminando por delante, con las manos hundidas en los bolsillos de la gabardina y el paragüas olvidado en casa. Dos segundos le bastaron para registrar en su cabeza cada centímetro de su silueta.

La volvió a ver poco después en el paseo marítimo. Estaba sola de nuevo, con un vestido blanco y el pelo suelto. Iba comiendo un helado de fresa, en el que parecía depositar toda su atención. No apartó la vista de la gotitas de helado rosa que se precipitaban desfilando por el barquillo, y por tanto, no reparó en su presencia. No supo que era el chico de la parada del autobús.

Una noche, a la salida del cine, se encontró de nuevo con ella. Esta vez iba cogida del brazo de un hombre. Se reía a carcajadas. Su acompañante debía de ser un cómico admirable, pensó. Y entonces sintió celos por no ser él quien provocaba la risa de la chica de la marquesina, de la chica del paseo, y de la chica del cine.

Pasaron semanas hasta que la casualidad volvió a sonreirle. Fue en el parque. Él odiaba aquel parque, con los niños correteando por todas partes, la gente deambulando con una estúpida sonrisa en la cara y las ridículas barquitas flotando en el estanque. Sin embargo, ese día, sintió la necesidad de ir allí a leer el peridiódico. Eligió un banco solitario y un poco apartado en el que poder estar tranquilo sin tener que padecer todas esas cosas que le irritaban. Cuando iba a pasar la página, levantó un poco la vista y se le apareció una vez más. Estaba sentada sobre la hierba, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol y las piernas cruzadas. No se había arreglado y estaba preciosa. Ensimismada en la apasionante lectura de un libro, volvió a ignorar la mirada que la escudriñaba desde su privilegiada posición de espectadora. Él quiso levantarse, decirle algo, apartarle el pelo que le resbalaba de detrás de las orejas y le caía en la cara; pero en lugar de eso, se levantó y se fue, abandonando el periódico abierto sobre el banco del parque.

Unos días después, volvieron a cruzarse, en el supermercado. Él había ido a comprar café. Se le había terminado esa mañana y no concebía una jornada sin el sustento de la cafeína. Ella estaba en el mismo pasillo, con un enorme carro lleno hasta arriba y tratando de decidirse entre su marca habitual y la marca blanca. Llevaba unos pantalones vaqueros y una enorme camiseta blanca, de esas que han quedado relegadas a "camisetas de dormir", pero que de vez en cuando ven la luz del Sol en una fugaz visita al supermercado. De nuevo estuvo tentado a acercarse para ayudarla a resolver el dilema del café, pero no tuvo valor. Se quedó paralizado, con su paquete de café colombiano en la mano derecha y los ojos clavados en la chica de los encuentros casuales. Ella se giró para devolver al lineal uno de los envases, ignorando por completo al idiota de pelo alborotado y barba de tres días que permanecía frente a ella como un pasmarote. Recogió el carro de la compra y se alejó por el pasillo rumbo a la sección de congelados.

Hace semanas que no se la encuentra.
Se pasa horas sentado en la parada del autobús, esperando a que ella llegue, se cruce de brazos a su lado y vuelva a desconocerle. Da largos paseos junto a la playa. Incluso se compra, de vez en cuando, un helado de fresa para ver si atrae al vestidito blanco, pero no surte efecto. Casi todas las noches va al cine, y cuando termina la película se queda junto a la puerta hasta que salen los que han acudido a la última sesión, y sólo cuando apagan las luces y cierran las puertas, regresa a su casa prometiéndose volver al día siguiente. Ha llegado a tolerar todo aquello que odiaba de las tardes en el parque y ahora lee cada día el periódico sentado en el mismo banco, prestando más atención al árbol de enfrente que a la sección económica. Y, por si fuera poco, la cajera del supermercado le llama por su nombre, porque va a diario a comprar café, o fruta, o leche, o cualquier cosa que le obligue a recorrer de nuevo los pasillos encerados y a mirar en cada estante buscando encontrarse con la camiseta de dormir.
Pero hace semanas que no se la encuentra...

Lo.

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