viernes, 3 de septiembre de 2010

Salto al vacío.

Se levantó de la cama como un autómata, sin esperar a que el despertador rompiera sus sueños con su chirriante grito. Sin ponerse las zapatillas, sin cambiarse de ropa, sin pasar por el cuarto de baño, se dirigió a la puerta de entrada y la cerró tras de sí dejándose las llaves dentro.

Caminó descalza sobre el suelo mojado, manchándose los pies de barro y salpicando a cada paso la puntilla inferior de su camisón de raso. El cielo medio dormido se había olvidado de acostar a la Luna.

El día fue transcurriendo sin que el caminar mecánico se detuviera. Miraba al frente, manteniendo los ojos fijos en algún punto del paisaje, sin apenas parpadear y sin molestarse en apartarse el pelo de la cara cuando éste se rebelaba y se enredaba en sus pestañas.

Llegó la noche, pero no lo hizo acompañada del punto final, ni siquiera de una coma aliviante. Los pies continuaron moviéndose uno tras otro, sin perder el ritmo coreografiado.

Sin pausas, sin descansos, sin paréntesis.

Las hojas amarillas se cayeron, muchas parejas de besaron, algunos niños nacieron, unas cuantas bombillas se apagaron, hubo quienes aplaudieron y quienes fueron al tanatorio con flores.
Y, mientras tanto, ella seguía caminando.

Alcanzó su destino un nublado día D a la hora H. Un día de esos que se señalan con un círculo rojo en el calendario de la cocina.

Llegó a Ninguna Parte, a ese lugar donde se acaban las superficies y dejan de funcionar los motores. Logró alcanzar el Vacío, el punto donde nada existe, donde el negro es negro y no brillan los colores.
Colocó los dedos de los pies al otro lado de la línea, doblándolos hacia adentro como hacen las gárgolas que no se quieren caer de la catedral de Notre Dame. Vértigo. Cerrando los ojos, apretando los puños y flexionando las rodillas, se impulsó para saltar.

-Hace mucho que no vienes por aquí. - La Nada le dio la bienvenida.
-Me he cansado de Todo y he venido a buscarte.

Lo.