domingo, 29 de agosto de 2010

Cuatro minutos en el microondas.

Con dos dedos sostiene una palomita. Observa su silueta en la oscuridad, guiñando el ojo derecho. La pantalla habla frente a él y le ofrece imágenes menos absorbentes que las fascinantes formas de la palomita.

-Es un conejo. Es un conejo leyendo el periódico.

Y se la lleva a la boca. La mastica despacio, haciendo crujir el maíz y logrando así, simular un silencio pintado de azul marino. Coge la siguiente palomita y vuelve a estudiar el atractivo de su estructura.

-Es E.T., el extraterrestre.

Antes solía hacer lo mismo con las nubes. Tendido sobre la hierba húmeda, se pasaba horas contemplando el cielo azul y buscando en los algodones blancos, perfiles definidos que revelaran su identidad. Una bicicleta de paseo, una anciana con joroba, Snoopy, un hombre ahorcado, una niña con coletas, una jirafa en patinete, dos momias jugando al ajedrez, tu mano izquierda.

Ahora ya no se tumba en el jardín. Se ha cansado de descubrir un universo desconocido en el cielo. Se encierra en el salón con una cinta en la mano (un VHS de esos que parecen prehistóricos), la mete en el vídeo y pulsa play sin ni siquiera conocer el título. Sentado ante la pantalla pixelada, oye cómo ruge un león cautivo en un "Ars gratia artis". En realidad le da igual que empiece la película o que arranque con los títulos de crédito. No le importa si la imagen se congela o si el león se escapa para intentar lamerle un pie.

Solamente le preocupa encontrar realidades escondidas en el contorno hinflado de las palomitas de maíz porque, aunque nadie le crea, el mundo cabe dentro de su bol de plástico de Ikea.

Lo.

1 comentario:

Pablo Gonz dijo...

El tono de tu prosa, el ritmo pausado, las profundidades psicológicas que dibuja me parecen herramientas que podrían darte mejor utilidad en distancias más largas. ¿Por qué no pobrar?
Un fuerte abrazo,
PABLO GONZ