lunes, 12 de julio de 2010

Arranque de sinceridad.



Deje su mensaje después de oír la señal:
No te quiero hacer sufrir, pero tus besos ya no saben a nada.
De verdad que no trato de disgustarte cuando te digo que me enerva cada uno de tus movimientos: que te apartes el pelo de la frente, que te muerdas las uñas, que sonrías, que camines, que me mires... Odio que me mires.
Espero que no te importe que te confiese que me retuerzo bajo las sábanas por evitar tus caricias. El tacto de tus dedos me molesta, me insulta, me duele.
No pretendo que esto te afecte, pero tus palabras me suenan huecas. Tu voz, estridente y encrespada, me irrita (y ya tengo una arruga en la frente).
Te digo, sin ánimo de enfadarte, que nuestras noches compartidas se han convertido en ensayos de coreografías arrítmicas y dispares. Tu aliento en mi cuello resulta fétido y tu sudor me quema y me escuece.
Recuerda que con esto no intento hacerte daño. Recógeme a las ocho, como siempre.
Mensaje guardado.

Lo.

3 comentarios:

Víctor dijo...

Me gustó el final, Lo. Implacable. Y la idea que conlleva tiene mucha fuerza. Sin tu permiso, me voy a dar una vuelta por el blog. Un saludo.

Claudia Sánchez dijo...

Bueno, seguro que irá a recogerla a horario. La arruga en la frente, le indica que está en uno de esos días.
Me causó mucha gracia Lo.
Saludos!

Pablo Gonz dijo...

Fiel retrato de una de esas relaciones complicadas que le hubieran gustado a Dostoievsky. Prosa pulcra y efectiva, como siempre. Te sigo leyendo, Lo.
Un abrazo,
PABLO GONZ