Me sobran horas para perderme en las manchas de humedad del techo. Componen formas inauditas, que acaparan mi atención durante minutos que parecen semanas. Tengo todo el tiempo del mundo, y lo empleo en envolverme en las sábanas arrugadas y en abrazar cojines buscando la hospitalidad de una postura. La música de fondo jamás se silencia, y si lo hace, sigue sonando en mi cabeza. El suelo es una manta de libros abiertos. De vez en cuando estiro el brazo, escojo uno al azar y hojeo alguna página amarillenta, pero me canso enseguida y le devuelvo su labor de alfombra de papel. No he vuelto a hablar ni a subir la persiana. A veces cierro los ojos sin llegar a dormirme nunca. Me pierdo en ese duermevela desconcertarte, del que despierto confundiendo sueño y realidad. (¿Existes?) Me deleito en mi propio aburrimiento, quejándome y maldiciendo la que ha sido mi elección.
Al fin y al cabo, ¿qué hago aquí si el mundo sigue girando fuera?
Pero, ¿qué haría yo en un mundo que sigue girando si hace tiempo que he optado por detenerme?
Lo.
2 comentarios:
Me gustó, Lo. Como siempre muy poético. Me quedo con la "hospitalidad de una postura".
Un saludo.
Pararse cuando el mundo esta frenético a veces es cansacio, otras olvido de lo bello de la vida y las mas veces falta de buena compañía. Muy evocativo tu relato. Me he sentido así algunas veces.
Publicar un comentario