Tendida sobre la arena templada, con su piel pálida como única vestimenta, respiraba despacio y profundamente. Sentía cómo, con cada expiración, las preocupaciones y los desasosiegos pasados iban desapareciendo, dejando paso únicamente a la distracción, a la abstracción.
No era consciente del paso del tiempo. A lo mejor, éste había dejado de existir cuando sus dedos se hundieron por primera vez en la arena fina buscando un rastro de humedad. A lo mejor, el tiempo aún estaba con ella pero ahora había enmudecido. A lo mejor los relojes del mundo seguían indicando su hora (o a lo mejor no).
Con las extremidades cada vez más enterradas, entreabrió los ojos para que los rayos del Sol la cegaran por un momento y vio cómo éste se hacía cada vez más pequeño. Parecía mirarla desde lejos; mientras ella, dulce y pacientemente, iba siendo absorbida, engullida, por la arena.
Cuando sólo quedaba la punta de su nariz en el exterior, tomó aire y asimiló, con total serenidad, que ya nadie podría verla, que ya nadie podría oírla, que ya nadie podría...
Lo.
1 comentario:
¡Ay! me hizo acordar a los ejercicios de relajación después de una clase de gimnasia. Muy buen micro.
Saludos!
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