Después, cuando la cara se convertía en cruz, las manos temblorosas se inflamaban y cinco dedos encrespados se afanaban en apretar con fuerza toda la piel que eran capaces de abarcar. Y la figura vibraba intentando escabullirse y ser prisionera al mismo tiempo. Se despertaban quejas mentirosas y jadeos, que nacían a medida que el aire y los susurros se iban templando. Sólo se silenciaba la música cuando las notas rendidas se incendiaban.
Otra vez.
Lo.
1 comentario:
Excelente texto, Paloma. Me gustó mucho. Sigo encontrando por acá una prosa única, muy sólida, con la que puedes escribir lo que quieras. Si no lo has hecho, te animo a que abordes textos de mayor amplitud. Lo digo por la cualidad envolvente de tus textos.
Abrazos,
PABLO GONZ
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