Alcanzada la cima -una hoja verde, húmeda, brillante y seductora- el insecto respira hondo y siente que domina el mundo. Sin embargo, en pocos segundos se aburre de las privilegiadas vistas y, volviendo a desafiar las leyes naturales, se dirige hacia el envés girando con torpeza su reluciente panza amarilla. Recorre, sin prisa, la aspereza de la cara B antes de emprender el camino de vuelta. Cuando regresa a la terrosa horizontalidad se aleja lentamente de su momento de gloria sin saber que en el tallo vecino, en el de al lado, en el jardín contiguo y en el de enfrente, miles de insectos pasean con orgullo sus triunfos y conquistas sintiéndose, por un momento, únicos.
Lo.
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