Se incorporó sujetando con una mano su propia cabeza como si ésta, en algún momento, fuese a desprenderse de su cuerpo y a rodar por el parqué entre montones de ropa desperdigada. Pisó, al levantarse, una cajetilla de tabaco arrugada de la que sacó un cigarro aplastado que en seguida se llevó a los labios. Lo encendió junto a la ventana. La abrió para dejar ir el olor a alcohol, a sexo, a desilusión, a venganza, a furia y a insatisfacción. El humo azul se escapaba al mismo ritmo que sus sentimientos y, sólo cuando apagó la colilla en el alfeizar, regresó a la cama para averiguar a quién pertenecía la espalda arañada que dormía en su colchón.
Lo.
2 comentarios:
Bonito pero triste, muy triste.
Prosa firme, escueta, rítmica, capaz para recorridos más largos. Un relato muy visual y que lógicamente se resuelve con una imagen de gran fuerza. Generas un espacio agradable de habitar a pesar del tono sórdido. Y eso es una gran virtud literaria.
Con admiración,
PABLO GONZ
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