martes, 31 de mayo de 2011

Mi mochila invisible.

Cuando era pequeña e iba al colegio, tenía una mochila morada de flores. En el bolsillo pequeño había una niña bordada, que llevaba sombrero y tenía los mofletes colorados y una enorme sonrisa.
Dentro de la mochila llevaba muchas cosas: el libro de Lengua, el de Conocimiento del Medio, el de Mates, un par de cuadernos grandes con espiral, otros dos más pequeños y de doble raya (para los dictados), un estuche con Plastidecor de todos los colores, además un lápiz, una goma de borrar, una regla, un pegamento y unas tijeras (para zurdos, claro).

Un día, mi madre me compró un carrito de cuadros escoceses, con un llavero con forma de gorila colgando de la cremallera. Quería que llevara en él todos mis cachivaches porque "una canija de 1,20 no debería llevar tanto peso en su espalda".
El carrito nuevo, que era más de mayor, nunca rodó fuera del pasillo de casa, y seguí yendo al cole con mi mochila de Cuca Dolls (que así se llamaba la niña del sombrero).

Ahora tengo una mochila que no se ve, pero que también está llena de cosas que pesan mucho más que los libros y que los cuadernos. Desde que la llevo, no me creo que un kilo equivalga sólamente a mil gramos. Es un poco especial, porque su cremallera sólo permite que los objetos pesados entren, y después, no los deja salir. También es incómoda porque se ha quedado pegada a mis hombros y nunca me la puedo quitar, ni cuando me voy a dormir. Parece llevar un ancla en lugar de un llavero.

Así que, estéis donde esté¡s, mochilita de flores y Cuca: ¡gracias!. porque sin vuestra tenacidad, esta espalda no pararía de quejarse por tener que cargar con su peso invisible. Y, que yo sepa, ni a escondidas lo hace
(como mucho se compincha con la lluvia, pero eso nadie lo sabe).

Lo.

lunes, 30 de mayo de 2011

Pum-pum, pum-pum.

Ven, acércate, pon tu mano en mi pecho, ¿lo notas? ¿No? Ven, acércate, apoya tu cabeza en mi pecho. ¿Ahora lo sientes? ¿ahora lo oyes? Pues escucha lo que dice porque te está hablando a tí, a nadie más que a tí. ¿No te sientes especial? ¿Ni un poquito? Puede que sólo sea verborrea encarnada y densa. A lo mejor es sólo palabrería desarticulada y pegajosa. O quizás sean promesas, palabras bonitas, o poesías disfrazadas de alternancia; quién sabe. Pero a mí no me interrogues con esa mirada del color de la hierba mojada, que yo no estoy autorizada para traducir. ¡No me mires así que sabes que tus cejas implorantes convierten mi firmeza en plastilina! Eres tú quien tiene que descifrar esos latidos inconexos, porque vibran para tí. Palpitan, se agitan, tiemblan para que tu atención impaciente y nerviosa se canse de revolotear a su alrededor y se pose sobre ellos.

Ven, acércate, instálate en mi pecho, que quien vive aquí tiene una historia que contarte.

Lo.

domingo, 29 de mayo de 2011

Todos los días son septiembre.

La niña de los silencios nunca había echado de menos.

A ella no se le había colado un cristalito en el ojo, como a Kay. Ella había nacido con él justo en el lagrimal, así que las penas se quedaban dentro y la iban inundando poco a poco. Cada herida abría el grifo que hacía que las lágrimas llovieran hacia dentro, nunca hacia fuera.

Pero los helados se derriten, las piscinas se calientan y las espaldas se tiñen al Sol. Porque una vez al año es septiembre.

La niña de los silencios encontró un sitio en el que apoyar su cabecita fría. Descubrió también unos brazos que la estrujaban hasta hacerla sentir pequeña y enorme a la vez, y unas manos con olor a naranjas verdes y a verano que estaban dispuestas a acariciarla.

De los helados no quedó más que un charquito de vainilla; de las piscinas, saltos al vacío; y de las espaldas, pieles templadas y saladas. Porque todos los días son septiembre.

Y a la niña de los silencios le sobraron, precisamente, los silencios, y le faltaron las siestas y los buenos días. Empezó a extrañar lo que nunca había existido, y sus ojos de lija aprendieron a llover.

Llovieron penas, dientes fríos e incongruencias.

Lo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Calada.


- Esos dientes tan grandes y tan bonitos que tienes, se volverán amarillos y acabarán cayéndosete.
- ¿Y qué más da? Yo ni como, ni sonrío.

Lo.