miércoles, 24 de marzo de 2010

Ausencia.

Posaba la yema del dedo sobre un montoncito de ceniza que se había caído del cigarro encendido y había aterrizado sobre la mesa. Lo aplastaba despacio hasta que no quedaba más que una sombra grisácea impresa sobre la superficie de madera y una huella dactilar ennegrecida. Frotando el dedo contra la mesa, desaparecía cualquier rastro de aquel pequeño y quebradizo bloque de ceniza.

La ceniza es gris porque es efímera. Es gris porque simbloiza el consumo y la debilidad. Si la ceniza permaneciera intacta al presionarla con el dedo sería blanca como las gomas de borrar. Si dejara un rastro permanente sobre una superficie lisa, sería de colores como las tizas o los lápices de cera. Y si fuese dura y afilada, quedaría, al arrastrarla por la mesa, una raya con pequeñas virutas o motas polvo a ambos lados.

Pero como desaparece, se esfuma y no deja nada tras de sí, la ceniza es de color gris. La ausencia no es más que ceniza. Ceniza gris.

Lo.

martes, 23 de marzo de 2010

Dudas masticables que no pierden su sabor.


Le temblaba el párpado inferior del ojo derecho. Ya habían pasado más de dos meses desde que su cuerpo se había propuesto llamar su atención utilizando como arma ese movimiento tan irritante como involuntario. Las primeras semanas no podía soportarlo. Ahora, había aceptado la vida propia de ese músculo, su independencia y, como si tratase con una persona y no con una parte de su propio organismo, ignoraba sus desesperados intentos por adquirir protagonismo. Pero el párpado rebelde no se cansaba de insistir y, ni la indiferencia ni toda la variedad de tranquilizantes que ofrecía el mercado farmacéutico parecían surtir efecto. Inútil.

Lo.